Por un día más de vida,
por el regalo de la esperanza,
por la sensación de la compañía,
por la fortuna del consuelo,
por la maravilla del amor,
y por la certeza de tu presencia.
Hoy Dios te dice:
- Descansa en mí,
te ofrezco mi hombro, mi pecho,
mi canto para reposar.
Suelta tu carga,
deja que por un momento la lleve por ti;
déjame secar tus lágrimas,
y acariciar tu valiente corazón herido.
Permíteme escuchar tu queja,
comprender tu pena,
y envolverte entre mis brazos
por tan sólo un instante...
¡Este instante!
Hoy en día es tan frecuente
escuchar a la gente diciendo:
“Soy ateo”, “no creo en nada”.
Mis oídos lo escuchan,
pero mi ser no logra comprenderlo.
Quizás, porque Dios y yo,
hemos sido uno desde siempre;
quizás, porque le veo
y le siento en todas partes;
o porque el sólo hecho de existir,
me confirma su presencia.
Quizás porque le veo,
en la perfección de su creación;
porque me sostiene en ese orden perfecto
que impide el caos;
o quizás porque le veo, escucho,
siento, comprendo y vivo,
mientras que los que no lo hacen,
están sumidos,
en el sueño profundo de la ignorancia.
Tener esa convicción,
esa certeza absoluta,
acerca de que todo sucede
por una razón y con un propósito,
es lo que me ha mantenido
a flote en la vida;
permitiéndome abandonarme de lleno,
en la fe y en la confianza en Dios.
¡De haber sido diferente,
no creo haberlo podido sobrellevar!
Cuando seas consciente
de tus propias cadenas,
podrás decidir sobre tu propio destino,
si continúas viviendo limitado
tras las rejas de tu prisión,
o si abres el cerrojo y vives en libertad;
en cualquier caso,
tu decisión hará la diferencia.
La cuestión es,
que si decides quedarte como estás
y no salir de tu zona de confort,
te sentirás cómodo;
pero vivirás limitado.
Mientras que si eliges
romper tus cadenas,
saldrás de tu zona de confort
y tendrás el mundo a tus pies,
con nuevos retos y nuevas experiencias.
¡Depende de ti!