Ante el interés o amor de los demás
nos sentimos con derechos de propiedad,
asumiendo que su tiempo,
gustos e intereses,
incluso sus decisiones,
deben girar en torno nuestro.
Se nos olvida que cada persona
que llega a nuestra vida,
es libre de ser, actuar y elegir;
más importante aún,
que tenía una vida
antes de conocernos...
una familia, amigos,
experiencias, un pasado.
La cuestión es
que nadie pertenece a nadie;
si alguien elige estar a tu lado,
es porque así lo ha deseado, nada más.
Y en el caso de los hijos,
el hecho de que provengan de nosotros,
no significa que nos pertenezcan.