Cuando te sientas perdido y desubicado,
céntrate y recuerda quién eres.
Eres hijo de Dios, hijo de Rey,
no de mendigo alguno.
Recuerda el camino recorrido,
la experiencia vivida;
ya no eres la persona de ayer,
que no sabía nada de la vida;
has crecido, has madurado,
has despertado a tu consciencia;
por lo tanto, eres capaz de lo que sea.
¡Céntrate y continúa!