Cuando las cosas no resultan como quisiera,
cuando las situaciones se complican,
cuando se presentan cambios en la vida
que no siempre son los que quisiera;
me siento cargado, cansado, desconcertado,
triste y sin saber cómo manejar las cosas.
En estos casos me acojo a Dios y pido su ayuda;
no para que las cosas sean como yo quisiera,
sino para lograr comprenderlas, manejarlas y superarlas.
Me aferro a mi fe y a la convicción que tengo,
en que todo sucede por una razón y con un propósito;
y entonces, me lanzo al vacío,
viviendo la experiencia lo mejor que pueda,
aprendiendo algo de ella, para que haya valido la pena.