Cuando una emoción hace su entrada triunfal
alterando mi vida normal,
y queriendo adueñarse de ella, recuerdo,
que yo soy quien tiene el control, no ella;
y rápidamente la coloco en su lugar.
No soy tristeza, ni rabia, ni angustia,
soy muchísimo más que mis emociones;
ellas son simples visitantes en mi vida,
mientras que yo soy el habitante permanente,
y de mí depende a quién acepte en mi vida,
cómo, cuándo y por cuánto tiempo.