El miedo es de miedo

Por: Patricia Hoyos

Llegamos al mundo y transcurrimos el primer trecho de nuestra vida sin tener consciencia de semejante logro. Perdemos algunos años creciendo sin poder ayudar en nada a quienes nos protegen y estos, a la vez que nos protegen, nos abrazan por amor, quizá, pero también seguramente por miedo. No sabemos a qué, pero parece que venimos programados para sentir miedo y reproducirlo.

...el miedo no nos permite avanzar, no nos permite tomar decisiones libres, nos condiciona cualquier determinación, es un obstáculo permanente y lamentable...

El niño en brazos es protegido y protector, es más valiente que cualquier adulto, no por sus poderes físicos, sino por su desconocimiento del miedo. Cuánto diera un indefenso adulto por ignorar las amenazas de los peligros de la naturaleza o las de sus semejantes, comportarse como un niño que puede vivir sin esa bendita realidad innecesaria del miedo. Dicen los adultos que el más envidiable sueño es el de los niños más pequeños y así mismo la mayor sensación de tranquilidad la poseen estos incipientes herederos del ser humano. Van creciendo y van retrocediendo, pues van relajando sus defensas y así van permitiendo ser impregnados por esa extraña sensación que es el miedo.

Algunos creen que el miedo es el mejor mecanismo de defensa, porque nos advierte del peligro; pero quizá su poder defensivo no sea tan alto, sino que, más bien, su abrumadora carga nos aplasta y nos inmoviliza. No nos hace falta el miedo, el miedo no nos permite avanzar, no nos permite tomar decisiones libres, nos condiciona cualquier determinación, es un obstáculo permanente y lamentable que irremediablemente se convierte en parte de nuestra personalidad.

Con los años el miedo se va volviendo un tirano que nos domina y decide lo que haremos y lo que evitaremos, pero no por prudencia sino por simple miedo, esa horrible sensación que hay que tener en cuenta a toda hora, tanto si percibimos algún peligro o si nos encontramos ante un panorama despejado que nos invita a respirar profundamente. Pero el miedo nos interrumpe la respiración y nos manipula haciéndonos creer que tanta felicidad no es posible, que ante tanta placidez algo malo ha de llegar.

Sófocles, en su obra de teatro Antígona, expresa a través del corifeo: ¨El silencio así, en demasía, me parece un exceso gravoso, tanto como el griterío en balde¨. El indicio de algo malo en algo apacible y por naturaleza bueno -el silencio o la tranquilidad- es una sospecha inútil que solo nos impide disfrutar un momento de éxtasis. En esto somos más infantiles que los niños.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *